Ahí estaba, frente a mí la señora de unos 70 años, se quedó pasmada cuando me miró de pies a cabeza, solo que en sentido contrario, me examinó meticulosamente, me observó despacio y mientras lo hacía, algo la hizo detenerse a leer la frase que yo llevaba impresa en mi bolso: “Omnia Vincit Amor”, el amor todo lo vence.
Ella no se dio cuenta, pero yo también estaba observándola, y pude ver el momento exacto en el que terminó de leer la frase e hizo un gesto de incredulidad que difícilmente se confunde. Volteó su rostro y miró al otro lado, después volvió la cabeza y leyó de nuevo la frase, como si no pudiera creer que alguien llevara una bolsa con semejante disparate impreso, y repitió el mismo gesto de antes, como si la frase le pareciera absurda, ridícula, falsa, imposible. Desmentir a Virgilio no es poca cosa, y ella estaba ahí, haciéndolo en silencio con su evidente avanzada edad, su experiencia y sus muchos años vividos, con sus ojos brillantes que quién sabe cuántas lágrimas habrán derramado a lo largo del camino, sus manos con las venas saltadas, las manos de una mujer que ha tocado miles de sueños y se le han desvanecido, ahí estaba con su espalda un poco jorobada, como quien lleva encima una historia de luchas y batallas, algunas perdidas, otras ganadas, todas inolvidables, ahí estaba frente a mí, leyendo la frase con una especie de rencor que pude ver en su rostro arrugado y sincero. No pude evitar sentir tristeza.
“Omnia Vincit Amor”, yo sí lo creo. Y por eso lo llevo colgado del hombro, por eso escribo poesías, por eso de vez en cuando dibujo corazones y estrellas, por eso tomo fotografías de flores, por eso observo la luna y le pido deseos, por eso al ver ese gesto de la mujer me puse a pensar. ¿Debemos abandonar toda esperanza, sólo por haber vivido uno que otro desamor? ¿Debemos rendirnos y despreciar el amor, sentir resentimiento, mostrar incredulidad? ¿Debemos llegar a esa edad sintiendo coraje por lo que sufrimos por amor?
Quizá esa señora también a mi edad creía que el amor todo lo vencía, y la vida le mostró que no era así. Quizá se entregó una y muchas veces inútilmente, tal vez perdió al hombre que más amó en su vida. Quizá tuvo la oportunidad de vivir la más bella historia de amor y no lo hizo por miedo, por cobardía… tal vez no pudo decirle a alguien cuánto lo amaba y nunca se lo perdonó. Pensé en tantas historias qué podían haber generado esa reacción ante la lectura de una simple frase y no pude encontrar ninguna que fuera lo suficientemente trágica para dejar de creer.
La observé por unos minutos más, el tiempo que tardó en pasar el autobús que tenía que tomar, quise hablarle, preguntarle qué podía ser tan grave para dejar de creer en el amor, pero no lo hice, solo seguí mirándola deseando profundamente que antes de partir de esta vida pudiera recobrar la fe.
No quise esperar más el autobús y empecé a caminar. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar, era inevitable. Entonces mientras recorría la avenida pedí a la vida coraje, y el valor suficiente para ver la realidad tal y como es, pase lo que pase. Pedí también la capacidad de aprender de cada experiencia, pedí la comprensión de que el amor nunca muere, que solo se transforma en bellos recuerdos y enseñanzas. Pedí que mientras esté viva, pueda sentir el amor en todo lo que me rodea y pueda entregarlo sin límites y sin miedo. Y pedí con todas mis fuerzas que la vida me siga demostrando que es verdad, que el amor todo lo vence.