Bella

Para que nos sigas haciendo renacer todos los días, nunca te canses de ser tan bella Florencia. 

Todos somos árboles

Ahí sentada en la banca, miraba todo lo que sucedía a mi alrededor. Estaba sorprendida del gran movimiento que hay en los parques. Mirando el entorno, encontré fascinante el delicado vuelo de las hojas que caían de los árboles. Cada corriente de viento que pasaba, las tocaba y las hacía volar hasta llegar al suelo. Comprendí que todos somos árboles.

Vamos soltando hojas, dejándolas ir, un día son parte de nosotros y otro día no lo son más. No hay nada de malo en ello, simplemente es así.  Y debo confesar que observé atentamente, y no vi a ningún árbol triste por la caída de sus hojas, ninguno trató de retenerlas. Todo era armonía. Eso me hizo pensar que cuando nos aferramos a nuestras hojas somos como árboles anormales. Qué cosa más rara.

Hundida en esa reflexión, no pude evitar levantarme y recorrer el parque. Mis pasos crujían al hacer contacto con esas hojas, me encontré de pronto en una melodía de hojas y viento, cada paso una nota musical, caminando y haciendo música. Pensé que probablemente los árboles estaban felices de escuchar semejante concierto. Eso me puso feliz también a mí.

Soy

Soy lo que me gusta y lo que me disgusta. Lo que me duele, lo que me hace llorar, lo que me pone a prueba. Lo que me alegra, lo que me emociona, lo que me enternece, me conmueve, me toca, me acaricia. Lo que amo. También lo que pienso. Lo que digo y lo que callo. Lo que temo. Lo que espero, en lo que confío. Lo que sueño. Lo que veo en ti, en los demás, en mí a través de ustedes. Lo que todavía no he visto. Soy todo eso y otras muchas cosas. Soy yo. Soy.

Alfabeto

Un texto diario, con el alfabeto como guía. Escribir de todo y de nada, de banalidades o de temas de mi más profundo interés, diálogos, ideas sueltas, episodios ficticios. En un principio surgió como un ejercicio de creatividad, para conducir de cierta forma mis textos. Después se convirtió en una práctica para retomar y fortalecer la disciplina de escribir todos los días. Es que no sé en qué consista, pero de vez en cuando atravieso rachas en las que se me niegan las letras, o yo me les niego a ellas. Y sufro, es terrible, porque hay noches en las que quiero escribir y no puedo, y otras en las que podría pero no quiero, así nomás por caprichosa.

Fue así que surgió Alfabeto, como experimento, un ejercicio, una especie de entrenamiento. Digamos que fue como ir al gimnasio de las palabras.

Y debo decir que cumplió su objetivo. Al principio no sabía que iba a salir de esto, tampoco estaba segura de conseguir completarlo. Y debo confesar que un par de veces estuve a punto de abandonarlo. Pero aquí está, el alfabeto con todas sus letras, cada una con un texto.

Gracias inspiración, no me abandones nunca más. Y si lo haces vuelve, vuelve siempre.

Zapatos

A la tercera invitación de Luis, finalmente Ana aceptó y fue a cenar a su departamento. Con todo y sus nervios llegó y tocó el timbre. Él le abrió sonriente, la entrada era acogedora y él parecía muy emocionado de que ella hubiera aceptado. Luis estaba descalzo, y le pidió a Ana que se quitara los zapatos también. Sin titubear ella lo hizo rápidamente, luego le entregó la botella de vino que había llevado. Él le mostró las habitaciones, la sala y la biblioteca, ella estaba impresionada con su buen gusto.

Era un encuentro particular. Al principio la conversación era lenta y cautelosa, era evidente que los dos estaban un poco nerviosos. En la cocina la mesa estaba puesta y la música era agradable, Luis era un amante del jazz. Poco a poco fueron hablando más, y después de un rato parecía que se conocían de mucho tiempo, en realidad Ana no hubiera imaginado jamás que conversar con él iba a ser tan divertido.

Luis había cocinado todo, y ella se sintió un poco apenada por eso. Cuando terminaron de cenar, tomaron café y estuvieron hablando un buen rato, hablaron de muchas cosas, de viajes, libros, música, de ellos. Cuando  Ana se dio cuenta de que era casi media noche le dio las gracias y dijo que tenía que irse. Luis insistió en acompañarla a casa, pero ella no aceptó. Al despedirse se besaron suave y delicadamente, sólo por un instante. Ana salió del departamento y en el momento que entró al ascensor sintió que su corazón palpitaba más fuerte de lo normal. Sonrió.

Cuando salió del edificio pensó, que seguramente la había hecho quitarse los zapatos por si quería huir y salir corriendo, no lo pudiera hacer tan rápido. Lo que Luis no sabe es que cuando Ana quiere huir, huye, y que se hubiera ido descalza. Pero no era el caso.

Yo

Soy mujer y adoro serlo. Soy sensible y me considero una romántica sin remedio. Soy optimista, soñadora y muy cursi. Soy valiente. Me gusta probarme, vencer mis miedos y superar los obstáculos. Me enojo poco. Amo la vida. Me emociona lo simple. Sonrío fácilmente. Me río mucho y fuerte.

Me gusta ser independiente, defiendo la libertad que he conquistado. No soporto sentirme atrapada. Dentro de mí vive una mujer rebelde que de repente hace su aparición. Soy madura para algunas cosas, terriblemente inmadura para otras. Todavía hago berrinches a veces. Tengo una debilidad por el chocolate y los helados.

Soy necia, testaruda, obstinada. Me exijo mucho, a veces demasiado. Me molesta perder, pero me gusta aprender. Soy honesta. Disfruto ayudando a las personas. Me conmueve la gratitud.

Necesito leer, es una forma de encontrarme. Me gusta el olor de los libros. Me resulta doloroso subrayarlos aunque he comprendido que a veces es necesario, aún así lo hago con lapiz porque me parece menos agresivo. Subrayo lo que me emociona, lo que me toca y me transforma. Disfruto releer. Adoro los diccionarios. Compro libros usados.

Sufro cuando no puedo escribir. Amo la música y si una canción me gusta, la escucho hasta el cansancio, que a veces tarda mucho en llegar e incluso a veces no llega. Me gusta andar descalza. Tengo buena memoria. Me fijo en los detalles. Soy dormilona. Sopeo las galletas en el té o en el café. No me gusta la leche sola. Me desesperan las cosquillas. Disfruto la soledad y el silencio. Soy paciente.

Creo en la magia. Y creo profundamente en el amor. Creo que es lo que hace que la vida sea vida, que es lo que mueve al mundo, que lo es todo.

Esta soy yo, o al menos eso creo.

Xenofobia

No comprendo la xenofobia, aunque me ha tocado verla pasar muy de cerca, a mí no me cabe en la cabeza. Yo amo el mundo, los países y la gente, me fascinan las culturas y la diversidad. Hay quien no comprende que puede amarse un país que no es el propio. No es el mismo amor, pero a veces se parece. Y quizá no es tanto por el país en sí, sino por todo lo que representa en la vida. ¿Cómo no querer la tierra en la que se ha vivido, amado, reído, crecido, soñado? ¿Cómo podría no quererse el lugar en el que se ha encontrado lo que se estaba buscando y lo que no?

Uno se muda a otro país, pasan los años, y a su paso muchas cosas cambian también. Costumbres, hábitos, manías… para bien y para mal. Se empieza a comer pasta al dente y a tomar café espresso en la mañana, tarde y noche. Se bebe vino tinto a la menor provocación y un día (gracias al cielo) desaparecen esas resacas asesinas que ocasionaba el exceso, porque claro, a todo se acostumbra el cuerpo. Pero eso no es todo.

Luego uno empieza a conocer las calles que eran desconocidas, y después, poco a poco a hablar la lengua, a observar muy de cerca esa cultura que en un principio parecía lejana, y así descubrir que es interesante y divertida. Se empieza a aprender tanto, luego a comprender. Con el tiempo se aprecia más y más, entonces ya no es un país abstracto, ya tiene caras, olores y sabores, ya tiene imágenes y sonidos, ya tiene vida, la propia. Se va llenando poco a poco de experiencias y generando nuevos recuerdos. Ya se siente algo cuando se le piensa. Y bueno, de pronto uno se descubre feliz en otro país, se da cuenta de que ya se le ha metido hasta los huesos, que ya es nuestro de algún modo y entonces resulta inevitable quererlo. Es así, lo juro.

Whisky

Entraron al bar y se dirigieron en la última mesa, Laura caminaba adelante y antes de que el mesero pudiera preguntarles qué querían tomar, ella ya había ordenado whisky en las rocas para los dos. Se sentaron uno frente al otro.

– ¿Qué te hizo regresar? –preguntó inmediatamente Raúl, con un tono casi agresivo.

– Lo mismo que me hizo irme. –respondió Laura sonriendo. -El aburrimiento. Es terrible, yo no soporto estar aburrida, ya me conoces.

– ¿Y entonces porqué no te fuiste a otro lugar? Aquí te aburrirás de nuevo.

– No lo creo, las cosas han cambiado mucho, yo he cambiado. Además quería verte.

– ¿Ah sí? Eso sí que es interesante… ¿y qué ganas viéndome?

– Haces demasiadas preguntas. Mejor dime qué ha sido de ti, cuéntame. La verdad es que yo te pensaba muy a menudo, me preguntaba si estarías bien.

– Me cuesta creerte, aunque debo reconocer que me encantaría que fuera cierto lo que dices.

– Lo es. –dijo Laura. Tomó el vaso y se bebió todo el whisky de golpe, después le hizo una seña al mesero para que le trajera otro. Encendió un cigarro  -¿Sabes una cosa? Al principio creí que irías a buscarme. –confesó. –y mantuve esa ilusión por mucho tiempo. Claro, después comprendí que no lo harías y dejé de esperarte. Pensé que no te vería más y mira, he vuelto yo.

Raúl se quedo callado sin saber qué decir. No se esperaba esas palabras tan directas que le sonaban a acusaciones. –Vaya que eres injusta. Fuiste tú quien se marchó sin decir nada, ¿cómo podría adivinar que querías que fuera a buscarte? Si lo hubiera sabido, hubiera ido en seguida.

-Ya no importa, ¿quieres más whisky? –preguntó Laura mientras tomaba su mano.

Vivos

Sentir que el sol nos toca en una mañana de invierno. Escuchar el sonido de las hojas de los árboles que bailan con el viento. Percibir el olor a lluvia. Ver los relámpagos aparecer en medio de una tormenta.

El amor en todas sus formas, la risa, las cosquillas. Los déjà vu. La emoción de un reencuentro o incluso la tristeza de una despedida. Ver a un niño que aprende a caminar. Tomar la mano arrugada de un anciano para ayudarlo a subir las escaleras. Un jardín lleno de flores.

El llanto. El silencio. Un nudo en la garganta. Las mariposas en el estómago. La tos. Los colores. Un abrazo, tres, ocho. La luna iluminando la noche y velando nuestros sueños. Una estrella fugaz. Un poema que estremece. Tomar café y comer chocolate. Una copa de vino tinto a la luz de las velas. Presenciar un concierto de música de cámara. El regreso a casa después de un largo viaje. La conversación con un amigo que con los años se ha conviertido en hermano.

Nadar en el mar y sentir la fuerza de las olas que contrasta con la suavidad de la espuma, escuchar su inagotable melodía. Gritar de alegría. Correr descalzos. Ver un arcoiris adornando el cielo. Bailar una noche entera. Crecer. Besar. Morder.

No cabe duda, estamos vivos.

Urgente

Textos como salvación o escapatoria, como un refugio perfecto. Hay días en los que urge escribir, así sin más, se desbordan las letras, salen con toda su fuerza y no se logran contener.

Hay noches en las que están sucediendo tantas cosas dentro de mí, que la necesidad de plasmarlas de alguna forma se vuelve inminente. Hay instantes en los que parece que yo no existiera, que las letras salen a través de mí, como si yo fuera sólo un canal y les sirviera de instrumento. Fluyen como un río que va hacia el mar, dejándome a su paso una sensación de alivio y de paz. Las siento acariciarme y es fascinante.

Algunas veces me han sorprendido de madrugada, entonces despierto y tomo un cuaderno, empiezo a escribir rápidamente y sin poder detenerme, con la caligrafía presurosa, casi ilegible. Es como si el tiempo me estuviera persiguiendo y yo tuviera que atrapar esa inspiración antes de que se esfume para siempre. Mi corazón late tan fuerte que siento que me explota el pecho, no puedo frenarlas, y escribo más y más.

En cambio hay otras veces que las letras no quieren salir, es como si se hubieran quedado atascadas entre tantos pensamientos, o se hubieran fastidiado. Y me urge que se vayan de mí porque siento que me queman. Les pido que salgan y ellas se niegan. Las quiero obligar y no puedo, no me lo permiten, entonces la impotencia me invade. Ellas se quedan ahí en silencio y tengo que esperar. Entre más tiempo pasa se vuelven más fuertes mis ganas, y se vuelve urgente que estallen de nuevo, como esas noches o esas madrugadas.